Esther, gracias por su legado
Escrito por Blanchie Sartorio / Foto Alejandro Rosales
Cuando aún hacían guardia de honor ante Esther, caminé hasta el cercano lugar donde asesinaron a sus muchachos, Luisito y Sergito, en aquel cruce de calles en el natal San Juan y Martínez, adonde ella llegó corriendo el 13 de agosto de 1957, tras recibir la noticia de que los habían "herido".
Imaginé a la madre angustiada ante el cuñado médico en la Casa de Socorros, al decirle la cruel verdad. Su llanto, su dolor en aquel momento en que le arrancaron su vida para siempre, pero Esther María del Rosario Montes de Oca se negó a morir con aquellos disparos asesinos.
Un sol radiante iluminó la mañana en que en peregrinación acompañó el pueblo a la maestra de varias generaciones, a la revolucionaria cabal, que fue ejemplo y guía para cuantos la conocieron en las distintas épocas de una centuria en la que defendió las raíces patrias y las transmitió a sus hijos, y se extendió en la educación y formación de valores en quienes tuvieron el privilegio de asistir a sus clases.
También intensa fue la lluvia alrededor de las cinco de la larde del día 17, tras su postrer suspiro, y algunos comentaban "dicen que llueve así cuando muere una buena persona". Muchas cosas oí entre los reunidos para despedir a la ilustre sanjuanera, tantas veces condecorada, pero entre tantas expresiones de afecto me pareció un premio la consulta de Landy, un antiguo alumno, quien al mostrarme unas rosas ocultas en una jabita me dijo: "Crees que se verán bien estas humildes rosas para rendir mi homenaje a la que fue mi consejera, mi crítica en tantos malos momentos para mí".
Nora, la Gringa, hoy limitada en su andar, compañera en la clandestinidad de los hermanos mártires cumplió el encargo de Sergio, cuando una vez en el parque le aseguró que ellos no verían el triunfo de la Revolución, pero tenían que prometerle que cuando sus padres murieran estarían en sus velorios y les darían un beso en sus nombres. "Cumplí, en mi nombre y en el de la otra compañera que no pudo venir, la sagrada encomienda".
Y Aleida Barrera escribió un poema para honrar a la profe, y entre la multitud que avanzaba para dar el último adiós a Esther, me lo entregó y comparto unos versos:
"Vengo a despedirte madre/ con un cántico de alivio/ por tus ojos que han llorado/ tus dos hijos más de un siglo. / Muchos quizás no lo entienden, / nunca lo habrán entendido/ mas Dios desde el cielo llora/ la ignorancia de sus hijos. / Cuánta piedad madre buena /Y cuánto amor compartido/ Cuántos a ti agradecemos/ y cuántos de ti aprendimos...
Y como ella añade, coincido en que va al encuentro de sus hijos pero seguirá entre nosotros, porque ellos están en cada nuevo intento de hacer una Revolución mejor y, como lo demostró en todo momento, nuestra Esther los acompañará siempre.
Por su risa franca, por su llanto escondido, por sus confesiones de preferir la harina con huevo frito y el arroz blanco calientito como merienda, su sorbito de vino, su feliz noviazgo y vida con Luis, por los versos que no olvidó, por ese periodo especial que sobrevivió como todos, por esa fidelidad al sueño de sus hijos, que es la aspiración que hacen verdad los buenos, por todo su legado de mujer, cubana y madre, gracias de nuevo profe.
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