Lazos de sangre
Escrito por Ronald Suárez Rivas
Además de la sangre que corre por sus venas, a los nueve hijos de José Lloret y Emilia Cabana, los une el gesto altruista de donarla a los demás.
En algo más de cuatro décadas, entre todos suman 609 extracciones efectuadas ante las más disímiles circunstancias, incluyendo una transfusión brazo a brazo, para salvarle la vida a un compañero herido en combate, durante la guerra por la liberación de Angola.
Cuentan que fue el llamado de Fidel, a raíz del violento terremoto de Perú, en 1970, el hecho que marcó el inicio de esta noble tradición familiar. Entonces, Rey Lloret Cabana, el mayor, sin haber cumplido aún los 18 años, tras ver las imágenes del Comandante en Jefe donando su propia sangre para ayudar a aliviar el sufrimiento del pueblo peruano, decidió imitar su ejemplo.
Tal gesto influiría decisivamente en el resto de los hermanos, incluyendo a María, la única hembra. "En la medida en que fuimos creciendo, todos decidimos seguir sus pasos. Es algo que se inculcó en nosotros", confirma Martín (54 años y 101 donaciones).
Así sucedería incluso con Alberto, que en aquel momento tenía apenas un año, y con Justo Luís, quien no había nacido aún. Cada uno, sin embargo, iría labrando su propia historia.
Alberto, por ejemplo, recuerda que en 1987, mientras se encontraba en el Servicio Militar, tuvo que ser operado de urgencia de apendicitis. "Hacía falta sangre para la cirugía, y mis compañeros no dudaron en dármela. Ello hizo que me sintiera comprometido. Por eso, en cuanto estuve recuperado, me convertí en donante".
La primera experiencia de Roberto también tuvo lugar durante el Servicio Militar, a los 19 años de edad. "Un día nos mandaron a formar para comunicarnos que en el poblado cercano a la unidad había un niño muy enfermo, que necesitaba una transfusión de un tipo de sangre poco común. Ahí me enteré de que ese era también mi grupo sanguíneo", recuerda Roberto.
"A los pocos días el pequeño mejoró. La madre, estaba muy agradecida y quiso darme dinero, pero me negué a aceptar. Imagínese, la vida no tiene precio".
"Comerciar con la sangre, aprovechando la necesidad ajena, es un acto repugnante", señala Martín. "Yo lo sufrí en carne propia, siendo casi un adolescente, a los 17 años de edad. Mi esposa había acabado de dar a luz. Fue un parto complicado y se necesitaba una transfusión. Entonces se me acercó un hombre desconocido y me dijo que si le pagaba, él estaba dispuesto a dársela. "Por supuesto que no acepté, y a partir de ahí, comencé a donar regularmente. Ya lo he hecho en más de 100 oportunidades", asegura Martín.
Quién sabe cuántas personas habrán recuperado su salud gracias a este hermoso acto de humanismo, que Jorge, Roberto y Rey, pusieron en práctica incluso en Angola, para ayudar a varios compañeros heridos.
Sin embargo, en determinados momentos, los hermanos Lloret Cabana también han recibido la solidaridad de los demás. Uno de ellos fue en el año 2008. La esposa de Jorge ingresó en el Hospital Abel Santamaría con una grave enfermedad.
"Había que transfundirla, y que ponerle plasma casi todos los días. De modo que para evitar que en el hospital fuera a escasear la sangre, se hizo un llamado, solicitando ayuda".
En reciprocidad a lo que esta familia de Santa Lucía, municipio Minas de Matahambre, había hecho durante años, la respuesta de los vecinos del Consejo Popular no se hizo esperar.
"En total, se recibieron más de 40 donaciones. Algunas hechas por gente que ni siquiera conocíamos", rememora Jorge.
Con los recuerdos frescos en la memoria, el segundo de los hermanos Lloret Cabana --quien a sus 55 años acumula 107 extracciones— advierte que "todos podemos demandar un día la sangre de otra persona. Por ello, mientras nos acompañe la salud, la nuestra siempre estará a disposición del que la necesite".
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