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Crónica de un viaje a la semilla: canteros tecnificados de Mantua

Crónica de un viaje a la semilla: canteros tecnificados de Mantua

Escrito por  Lázaro Boza Boza

 

La dinámica de los tiempos presentes, con sus "tiros rápidos", insolvencias y abandono alucinante de proyectos que envejecen antes de insinuarse a la luz, brinda pocas oportunidades para dar seguimiento a un trabajo periodístico.

Por eso, cuando surge la oportunidad de esos inesperados "viajes a la semilla" que alguien, interesado, o no, en esencias capitales, no lo pensamos dos veces y, allá van los planes del día para reinstalarnos en el mirador de aquello que deseamos ver una vez más y constatar sus ruinas o grandezas...
El camino, liso y polvoriento, mitigado en sus brumas cobrizas por el tímido aguacero de la noche anterior, nos conduce a sembradíos y cayos de marabú, restos de la guerra sin cuartel declarada en estos predios al arbusto espinoso, otrora ornamental, hoy fuente de madera para muebles,- quien lo diría- carbón vegetal apreciado en la fría Europa y aun, quebradero de cabeza que intenta levantar bandera contra el hacha, el machete y la cuchilla implacable del "caterpillar".

El paisaje cambia y, a la vera, la moringa crece verde y recta en filas bien pensadas por la ciencia agronómica. En algunos lugares, los arbolillos alcanzan los cuatro metros, una vez anunciados, jamás creídos.
"Mucha gente viene aquí para llevarse las hojas y hacer té", dice el chofer del jeep, buenísimo para un millón de cosas.
La moringa oleifera podría ser motivo de conversación sino fuera por el cambio repentino del paisaje tras las ventanillas.
"Es el cedro que está creciendo", afirma el chofer devenido guía y, como recordando que es la tercera vez que hace este viaje con nosotros, guarda silencio. Es cierto, con esta ya van tres visitas a estos parajes perdidos en la geografía del centro oeste mantuano; las primeras, con un objetivo común: la cedrada, o sea, miles de cedros plantados en tierras arrancadas al arbusto espinoso de marras con la novedad de estar intercaladas con plátano fiat 18.

Cuando arribamos por vez primera, nos impresionó la "frágil" estampa de los arbolillos que seguramente tardarían veinte años en alcanzar tallas comerciales; sinceramente, dudábamos de la idea, de la posibilidad de mantener limpias tantas y tantas hectáreas. El respeto llegó un año después, durante la segunda visita, cuando fue posible descansar a la sombra de algunos cedros con más de dos metros de altura, y después, observar en los mercados de la villa unas cuantas toneladas de plátano.

"Son de la cedrada", decían los vecinos y sonreíamos, pues ése fue el título con que la televisión provincial anunció la salida al aire de aquellos trabajos.

Ahora encontramos el principio de lo que en breve será un bosque formidable como no los hay en África, el Medio Oriente y el Himalaya, cunas originales del cedrus. Podríamos quedarnos un buen rato para disfrutar de una obra que entendemos también como propia, por haberla acompañado desde sus primeros pasos pero, la causa del "today" es otra maravilla que surgió con los cedros; otrora desestimada, después, motivo de asombro y hoy, apreciada por su dimensión y mensaje aleccionador.
Sin otros preámbulos, el camino, liso y polvoriento, desemboca a una explanada que anuncia los canteros tecnificados.
Aaaaaaaaaah, exclamará el lector, presto a abandonar la lectura. !Pues no, que no se llega tan lejos en el camino más apartado de Mantua, como no sea para ver maravillas!
Construidos en los mismos días en que la tierra bravía de La Vigía recibía las posturas de cedro, y descubiertos por nuestro equipo de trabajo unos meses más tarde, cuando se instalaban los sistemas de riego, pensamos que sería una de esas obras que a menudo abandonamos después de la "fiebre" que, inexplicablemente, tras su paso, nos cubre de amnesia productiva y deja como secuelas, las pérdidas económicas y el desaliento de los que no olvidan pero, prefieren no volver jamás sobre el asunto, de tanto que duele.
¿Ven?, no es el caso. La última vez que visitamos los canteros los descubrimos en plena producción de posturas para la zafra tabacalera y, lo que fue duda, se convirtió en respeto. A la salud fitosanitaria de las plántulas, se unía la predilección ecológica en el aprovechamiento de abonos orgánicos y controles biológicos que pronto llevó la producción hasta el punto de cubrir el sesenta porciento de la demanda local y sacar de apuros a otros territorios cercanos de la provincia.
En aquel momento, había orgullo por lo que allí se realizaba. No, no era el orgullo de los que, sin comprender la obra, caminan sobre ella. Era el orgullo de los obreros, de los jóvenes campesinos y campesinas, de esas de hoy, modernas, que llevan uñas, y se cuidan del sol inclemente con camisas y pañuelos porque, en la noche hay fiesta. Imágenes reales, de las que salen sin necesidad de encuadres cerrados que eviten el estridente fondo de una obra inconclusa, una miseria productiva o un mundo baldío que se quiere disfrazar.
Hoy el paisaje nos sigue regalando la belleza que construye el trabajo, solo que la cosecha tabacalera ya rindió frutos y los doscientos veinticinco canteros exhiben cebollas en el apogeo del crecimiento. Inmensa sábana, laboratorio de ideas y prácticas, fuente de inspiración de los que llegan, miran y después, cuentan y adornan lo visto con frases que halagan, enorgullecen y hacen reflexionar.
"¿Qué tal si esto lo hicieran todas las cooperativas de Mantua?".
No por lógica, la pregunta dejó de sorprendernos. Volteamos y, al frente, un guajiro mediano, con altas botas de goma y ropa "pintada" del rojo de La Vigía.
"Yo soy de aquí, de la mismita Vigía y nunca había visto que algo tan bonito durara tanto".
Son palabras que enseñan el verdadero sentido de la tierra, y también, de nuestros errores. Esas que hablan de que, "si el hombre sirve, pues la tierra...", y también de cómo tropezamos tantas veces con la misma piedra.
Nosotros, un tanto incrédulos, con una sonrisa a flor de labios, llevamos la mirada de él a las plantas rociadas a esa hora de la mañana por la llovizna pertinaz de los "springs".
"Si... son reales- dice el guajiro, y tras una sonora carcajada nos lanza: No son plásticas, pueden tocarlas si quieren. No, y este es solo el principio… vengan el año que viene para que vean…
Sonreímos otra vez y comenzamos a desempacar el equipo de filmar para aprovechar la luz de la mañana; en un extremo de la batería de canteros, unas muchachas se preparan para la faena; sus risas se escuchan donde estamos y mi camarógrafo, siempre en puro "plante", esta vez se muestra azorado con un ligero rubor en los bordes de las orejas...
Así nos disponemos a grabar la maravilla que el hombre crea cuando se convence de sus raíces y sus derroteros en este mundo.

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