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El perdurable legado de José Raúl Capablanca

El perdurable legado de José Raúl Capablanca

Por Francisco Valdes Alonso

José Raúl Capablanca irrumpió desde muy joven en el panorama ajedrecístico mundial, asombró a todos con su genialidad y llegó para revolucionar la comprensión del juego ciencia.

Capablanca nació en La Habana el 19 de noviembre de 1888 y desde pequeño dio muestras de aptitud innata para los trebejos, al punto que con solo cuatro años derrotó a su padre –ajedrecista principiante- en una partida, anécdota que refleja la precocidad del talentoso niño.

Por aquellos años, la capital de la entonces colonia española era considerada como «El Dorado del Ajedrez», bautizada así por el primer monarca del orbe, el austriaco William Steinitz, quien en 1889 y 1892 defendió tal condición en la urbe habanera ante el célebre maestro ruso Mijaíl Chigorin.

Dicho contexto favoreció el vertiginoso desarrollo del infante y ya en diciembre de 1901, a los 13 años, derrotó al campeón nacional de la Isla Juan Corzo, en match con el resultado final de cuatro victorias, tres derrotas y seis tablas.

Entre 1906 y 1919, él protagonizó un impresionante ascenso en el panorama ajedrecístico con primeros y segundos lugares en los torneos más importantes a escala planetaria, que lo convirtieron en el principal retador del entonces monarca universal, el mítico alemán Emanuel Lásker.

El duelo contra Lásker por la supremacía universal se efectuó finalmente en La Habana en 1921, con victoria aplastante para el cubano José Raúl Capablanca, quien se coronó con cuatro triunfos y 10 tablas, en calidad de invicto.

Luego de dominar el mundillo de los trebejos durante la década de 1920, enfrentó la defensa de su título en 1927 en la capital argentina de Buenos Aires, donde sucumbió de forma inesperada ante el retador, el reconocido y sólido ajedrecista ruso-francés Alexander Alekhine.

En el ocaso de su carrera, destacó en especial su actuación en la propia capital argentina durante la Olimpiada Mundial por equipos de 1939, que marcó el debut de la mayor de las Antillas en estas justas: allí, donde perdiera su reinado, Capablanca impuso récord para el evento de seis victorias sin derrotas y cinco tablas.

Durante su trayectoria, el eminente ajedrecista ganó 315 partidas, entabló 266 y sólo perdió 38, para astronómica efectividad de 72.4 por ciento; realizó, además, numerosos aportes al juego, tanto en la teoría como en el reglamento, gracia a su genialidad y dominio de la esencia ajedrecística.

Por eso recordar que José Raúl estuvo en Pinar del Río es una forma sencilla de venerar a este gran jugador, único cubano que ha logrado el máximo título que confiere la Federación Internacional de Ajedrez.

La visita a nuestra provincia se produjo el ocho de marzo de 1941 para dejar inaugurado el club que llevaría su nombre.

La sociedad pinareña de aquel entonces se preparó como nunca; la presencia en los salones del hotel Ricardo (hoy Vueltabajo) de Capablanca, de su esposa (la princesa rusa Olga Simoni) y de su hija Gloria resultó todo un acontecimiento.

Tras una conferencia del Gran Maestro se desarrolló una simultánea con 30 tableros, en las que enfrentó a 70 participantes, porque se dejó jugar en consulta. El joven pinareño Enrique Gavilondo hizo tablas.

Capablanca, toda personalidad, calidad y aporte al ajedrez, trascendió su tiempo y le ganó la partida a la muerte física.

Nicolás Guillén lo retrataría en versos: “(…) Capablanca no está en su trono, sino que anda, camina, ejerce su gobierno en las calles del mundo. (…) Va en un caballo blanco, caracoleando sobre puentes y ríos, junto a torres y alfiles, (…) y su caballo blanco sacando chispas puras del empedrado…”

 

 

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