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La leyenda inconclusa del tesoro de Mérida: fortuna esquiva

La leyenda inconclusa del tesoro de Mérida: fortuna esquiva

 

Saturnino Antonio Can­ga vive convencido de que en al­guna cueva, de las cientos que hay en Cabo Co­rrientes, en la península de Guana­haca­bi­bes, con­tinúa oculto el tesoro de la Catedral de Mé­rida

Autor: Ronald Suárez Rivas | ronald@granma.cu

26 de mayo de 2016 19:05:05

PINAR DEL RÍO.—Saturnino Antonio Can­ga nunca lo ha dudado: “De que esa mina existe es tan seguro, como que estamos aquí ahora mismo”, dice.

A sus 80 años, vive convencido de que en al­guna cueva, de las cientos que hay en Cabo Co­rrientes, en la península de Guana­haca­bi­bes, con­tinúa oculto el tesoro de la Catedral de Mé­rida.

Durante más de tres siglos, no han faltado quienes impugnen los mapas y demás documentos que acompañan una de las leyendas más famosas de cuantas legara la piratería en las costas de Cuba, pero hay una prueba que nadie se atreve a cuestionar: la historia de José Antonio Canga, el tío de Saturnino.

Cuentan que una tarde, allá por la década de 1930, el hombre llegó a la casa de su madre, en el poblado del Cayuco, a la entrada de Gua­na­hacabibes, y le entregó varias monedas de oro con una frase terminante: “tenemos dinero pa­ra comprar el Cabo de San Antonio”.

“Mi padre me decía que las había encontrado en una cueva, entre Cabo Corrientes y playa Las Persipinas, y que el oro había cogido como un limo, por todo el tiempo que llevaba allí”, re­cuerda Saturnino.

Al día siguiente, tal como se dice que es me­nester en estos casos, Canga se levantó temprano para ir hasta la iglesia de Guane en busca de agua bendita y un crucifijo, para bendecir el lugar antes de cargar con toda aquella riqueza.

Pero durante el viaje de regreso, en la curva del encinar, muy cerca ya del Cayuco, el ca­mión en que viajaba se volcó, y Canga murió aplastado por un tanque de combustible.

“Mi abuela guardó las monedas como un recuerdo, eso lo vio todo el mundo. Después de aquello, mi padre cogió miedo y no quiso ir a sa­car la mina. Una cosa que tiene tantos muertos atrás, hay que respetarla”.

COSAS QUE NADIE DUDA
Aun cuando existen varios puntos oscuros en torno a la leyenda, en esta región del occidente cubano nadie pone en duda que José An­tonio Canga halló el tesoro de Cabo Co­rrientes.

De ahí que en pleno siglo XXI, y a pesar de los incontables intentos infructuosos, se sigan organizando expediciones hacia la península, en busca de la fabulosa fortuna.

El máster en ciencias Lázaro Márquez, di­rector del Parque Nacional Guanahacabibes, re­conoce que “este lugar se distingue por esa historia. Es algo que está totalmente vivo en la tradición de la gente. Incluso hay personas de todas partes de Cuba que nos preguntan por ella y que continuamente llegan hasta acá, con la intención de hacer exploraciones.

“Hasta se ha creado un verbo: ‘minear’, que significa el acto de buscar minas”.

LA LEYENDA
De todas las versiones que han llegado hasta nuestros días, la más difundida refiere el envío a mediados del siglo XVII, de las riquezas de la Catedral de Mérida hacia La Habana para protegerlas, la persecución por los piratas en alta mar, el enterramiento del tesoro en algún punto de Guanahacabibes, y el pasaje de un fraile que logró atravesar la península y contar lo sucedido en la iglesia del poblado de Guane, antes de morir consumido por la fiebre y la fa­tiga.

Sin embargo, en los últimos 120 años, han surgido nuevos elementos que refuerzan la le­yenda, en los que se mezclan hechos reales con los rumores y la superstición, y la ferviente creencia en que detrás de una historia que ha logrado sobrevivir tanto tiempo, tiene que ha­ber algo de verdad.

En este sentido, por ejemplo, se afirma que las páginas que contenían el testamento del fraile moribundo y el derrotero hacia el tesoro, desa­parecieron de forma sospechosa de la iglesia de Guane, y desde entonces, han cambiado de dueño varias veces, dando pie a incontables ex­pediciones a la península.

Enrique Giniebra, vicepresidente de la filial de la Unión de Historiadores de Cuba en Pinar del Río, explica que para acentuar aún más el mis­­terio, la tradición oral ha aportado nuevos de­talles, como la llegada a principios del siglo XX a Guanahacabibes de un supuesto enviado del Vaticano, que realizó varias incursiones al interior del territorio.

“Se ha dicho que era algún tipo de agente es­pecial, que dominaba varios idiomas y también artes marciales, y vino con la misión de asegurar el tesoro”, añade Giniebra.

Unido a esto, hay otros indicios, como el he­cho de que a inicios del siglo XIX, la Iglesia ad­quirió terrenos en Guanahacabibes.
Indudablemente algo “raro”, teniendo en cuenta que se trataba de una zona casi deshabitada, y sin vías de comunicación por tierra, ad­mite el historiador.

¿Y POR QUÉ NO HA APARECIDO?
Dos días antes de morir, sabiéndose muy enfermo, el suegro de Jesús Ramos lo mandó a llamar para contarle un secreto: el sitio donde se oculta el tesoro de Cabo Corrientes.

“Me dijo que los perros lo habían llevado hasta él algunos años atrás, mientras andaba monteando puercos jíbaros, y yo le creo, porque no era un viejo mentiroso”.

A pesar de la revelación, Jesús nunca ha ido tras la fortuna. “Yo le digo que ese dinero está ahí, metido en una cueva. Pero esas cosas no se buscan. Para encontrarlo tiene que ser que los muertos te lo den”.
Para muchos en Guanahacabibes, esta es la explicación del por qué el oro de la Catedral de Mérida no ha aparecido.

“Ese dinero tiene dueño. Le pertenece a quie­nes lo pusieron allí, y mientras sus espíritus lo estén cuidando, a la cañona no lo coge na­die”, coincide Benigno Vladimir Jorge.

El historiador Pedro Manuel de Celis, en cambio, ha accedido a formar parte de varias expediciones oficiales que se han adentrado en la pe­nínsula.

“Han sido largos periodos, de hasta 15 días se­guidos, y con aparatos satelitales, no con bo­berías”.

¿Quiere esto decir que no hay tesoro? Para De Celis, la falta de éxito pudiera tener otra ra­zón. “Hemos buscado mucho, pero tal vez no lo hemos hecho en el lugar correcto. En Gua­na­hacabibes hay miles de oquedades, y es un te­rritorio muy amplio”.

“Aunque en el mapa a usted le pueda parecer que no es tan grande, en el terreno es otra co­sa. Andar en el monte, por encima del diente de perro, es dificilísimo. Todas las veredas se parecen, y cuando usted piensa que va para afuera, en realidad puede ir para adentro”, coincide Benigno.

Unido a esto, hay quienes no descartan la po­­­sibilidad de que el tesoro ya haya sido en­contrado y sacado de allí.

“Hay información de que en los años 50’, un yate grande con bandera norteamericana, estuvo operando en la zona, y quién sabe si se lo llevaron sin decir nada”, reconoce De Celis.

Saturnino Antonio Canga, sin embargo, prefiere creer que la fortuna que le costó la vida a su tío, continúa en el mismo sitio. “Eso sigue don­de él lo vio. Nadie más lo ha encontrado”, dice.

Cierto o no, Pedro Manuel de Celis considera que el principal mérito de esta historia, está en la manera en que los habitantes de Gua­na­hacabibes han sabido preservarla y enriquecerla durante más de tres siglos, e incluso contagiar con ella a gente de toda Cuba.

“Si el tesoro aparece sería muy bueno, pero si no, el hecho de contar con una leyenda como esta, que continúa viva después de tanto tiempo, tiene tanto valor como la propia mina de Ca­bo Corrientes”.

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