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La inmensa fortuna del doctor Sergio

La inmensa fortuna del doctor Sergio

Autor: Ronald Suárez Rivas

PINAR DEL RÍO.—San Juan y Mar­tínez, 4:30 p.m. El doctor Sergio Piloña saca para el portal de su casa la mesita de madera que hace la doble función de escritorio y de camilla, po­ne sobre ella su recetario, abre el libro donde anota los datos de cada pa­ciente, y empieza a consultar.

En la acera de enfrente, que es la de la sombra, cerca de 20 niños a­guardan junto a sus padres a que les to­que su turno.

Con la vitalidad de quien acaba de comenzar el día, el doctor Sergio observa, interroga, ausculta, diagnostica.

No hay un solo gesto que denote cansancio, aunque ya lleva más de 12 horas en pie.

Su jornada se inició justo a las cuatro de la mañana, el instante en que siempre se levanta y sale a coger botella (pedir adelanto), para poder llegar temprano al Hospital Abel San­tamaría, a unos 25 kilómetros de aquí, en la ciudad de Pinar del Río.

La primera virtud de un buen profesional tiene que ser la puntualidad, dice. Por ello, es lo primero que les exige a sus alumnos de cuarto año cuando los recibe en la sala de Neo­natología del bloque materno, en el principal centro de salud de Vuel­tabajo.

Después de la entrega de guardia, comienza el pase de visita, la do­cencia, el análisis de los casos complejos, el viaje de regreso en botella para San Juan y Martínez.

Pero su jornada no acaba así. Fren­te a su casa, la número 21 de la calle Isabel Rodríguez, lo aguardan sus otros pacientes, esos que durante dos generaciones han preferido esperarlo para atenderse con él.

“Es que siempre acierta con lo que tienen los niños”, argumenta  Li­­liam Aguiar, una joven mamá de 24 años, que de pequeña se trató con él muchas veces, y que ahora le trae a sus dos hijos cuando están en­fer­mos.

Algo parecido sucede con Ka­tri­na Padrón. Primero venía acá con Alioska, su hija, y ahora lo hace con Diego Enrique, su nieto. “A los dos los ha atendido desde que nacieron”, afirma.

Todo comenzó 35 años atrás. En­tonces el doctor Sergio se estrenaba como médico en el servicio de pe­dia­tría del policlínico de Mantua.
Todavía tendría que pasar mu­cho tiempo para que pudiera culminar la especialidad en Neonatología, y una maestría en atención integral al niño. Sin embargo, ya daba muestras de su enorme capacidad para lidiar con los pequeños.

Esto, unido a un carácter especial, que jamás se ha rehusado a ver un caso que haya tocado su puerta, hizo que sus vecinos de San Juan y Martínez empezaran a llevarle a sus hijos enfermos.

Poco a poco, su fama iría creciendo, hasta rebasar los límites del mu­ni­cipio, y el portal de su casa se fue con­virtiendo de manera espontánea, por las tardes, en una concurrida con­­sulta de pediatría.

Según el doctor Tito Rolando Gar­cía, vicedirector de asistencia mé­dica en el policlínico de San Juan y Mar­tínez, a ella llegan también niños de territorios vecinos, como San Luis o Guane.

No se trata de que falten profesionales. En este municipio tenemos cuatro pediatras y un total de 240 médicos, aclara.

“Lo que sucede es que el doctor Sergio es un especialista muy capaz, muy consagrado, y con valores hu­manos excepcionales que, a pesar de laborar en la capital provincial, se siente comprometido con el pueblo donde nació y donde vive.

“Por eso, en el policlínico existe la orientación de que cuando llegue un caso remitido por él, hay que cum­­plir sus indicaciones, y cuando se nos presenta un parto complicado, lo va­mos a buscar”.

A sus 60 años, el doctor Sergio Pi­loña no concibe sus días de otra ma­nera. “La gente a cada rato me pre­gunta de dónde saco el tiempo y las energías, pero yo tampoco sé. Y también se extrañan de que haga esto desinteresadamente.

“Yo sé que hay quienes ven la vida desde otra óptica, y si no los es­timulan, no trabajan, pero esa no es la medicina que aprendí, en la que la salud de la gente es lo primero.

“Necesidades tengo miles, como cualquier persona. Sin embargo, he logrado lo más importante: que mi familia y sobre todo mis hijos, que estudian la carrera de Estomatología, se sientan orgullosos de mí”.

En más de tres décadas de profesión, son incontables las anécdotas que lo han marcado. “A mí me gus­ta mucho el mar y mis hijos me de­cían que lo único que me faltaba era que un día tuviera que consultar a alguien en el agua, hasta que sucedió. Fue hace unos meses, es­tábamos en la playa y una persona llegó hasta nosotros para pedirme que viera a su niño. Por supuesto que salí hasta la orilla para atenderlo”.

San Juan y Martínez, 8:15 p.m. La consulta termina. En total 72 pa­cientes han quedado asentados en el registro del doctor Sergio. “Estos son días complicados, porque hay un brote de infecciones respiratorias”, dice, mientras recoge la mesita que hace la doble función de es­critorio y de camilla, donde en su tiempo libre ha examinado, sin pe­dir jamás algo a cambio, a la gran ma­­yoría de los niños del pueblo y a mu­chos otros de municipios cercanos.

Aun así, Sergio Piloña siente que tan­to esfuerzo ha tenido su recompensa: “Me he ganado el cariño de la gente”.

 

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