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Premio por la Obra de la vida… Gracias colegas

Premio por la Obra de la vida… Gracias colegas Seguro se enteraron: me concedieron el premio Edmundo Alemany Poch, por la Obra de la Vida –categoría provincial– y yo pensaba que con Pablo Ramón, Mónica y Grisel tenía completada la obra, pero no. Los colegas entendieron que si he dedicado mi vida a la familia y al periodismo, algo me faltaba... y era ese reconocimiento.

Son 44 años apegados a la profesión, desde que me ensalcé en estas lides en septiembre de 1969 en la escuela de corresponsales de Juventud Rebelde y a la que llegué porque dos personas en Minas de Matahambre confiaron en mí: Eduardo, de la UJC, y Miguel, del Partido.

Ahora, aunque magullado por el tiempo, pero con el intelecto intacto (así decimos todos) algunos me llaman maestro, otros profesor, pero no siempre fue así, cuando empecé, como les sucede a todos, unos me llamaban Brizuela, otros Tú, la mayoría periodista y a veces notaba, que muy bajo también, alguno me decía tonto, por supuesto, eso era mejor a que me ignoraran.

En esta historia se inscriben cosas gloriosas, de ellas no hablaré, por esas me dieron el premio. Les contaré de las que pocos saben.

Primera aclaración, no soy humorista como alguna minoría piensa, lo que a veces digo verdades que hacen cosquillas.

Esas anécdotas curiosas vienen como anillo al dedo a esta sección. Recuerdo una misión importante, la primera jornada del Centro Nacional de Investigaciones Científicas, ¿se imaginan?, yo recién salido de atrás de un mostrador en Matahambre, representando a Juventud Rebelde... me pusieron de guía a una trigueña de esas XXL (talla súper extra) y yo vestido con la mayor humildad, tanto que me acordé del Lazarillo de Tormes.

Al día siguiente me puse un impecable traje negro, camisa de cuello y corbata, y cuando llego al periódico el veterano Eduardo Vergara me dice: Brizuela usted hoy se va conmigo.

El automóvil partió raudo y en pocos minutos estábamos en el patio del central Camilo Cienfuegos: no me atrevía a preguntar, era la zafra chica que antecedía a la de los 10 millones... cuando el comandante Faure Chomón nos miró, no me quitó más la vista de encima, seguro pensaría o este está loco o es más extranjero que nadie.

Un mes después me sucedió algo simpático, ya instalado en el puesto de mando provincial de la zafra de los 10 millones en Pinar del Río, donde compartía labores profesionales con Tomás Gutiérrez, el enviado de Guerrillero; Emilio García Blanco, Radio Guamá; Dan Montanu, periodista rumano; el poeta David Cherician (fallecido) y Elio Ojeda, fotógrafo de la UNEAC.

Una tarde llegué de los campos de caña quemada y en la pequeña central telefónica de San Cristóbal pedí una llamada urgente de prensa con La Habana, en pocos segundos ya estaba hablando. Se imaginan en un pueblo que solicitabas la llamada por la mañana y te la daban por la noche. Una joven intrigada me pregunta ¿Por qué a ti te dan las llamadas tan rápido? Y yo, con ese espíritu altanero que da la juventud, respondo ¡Es que yo trabajo en el periódico! Aquella muchacha, con la mayor ingenuidad solo comentó ¿pero, dónde usted los vende?

No todas las anécdotas son así, a veces pené (de penar) por exceso. Una de ellas me ocurrió durante una visita de Ernesto Guevara Linch, padre del Che, a la escuela de maestros en Limones, Sandino, y fue cuando más desee un "caguazo" (hierba de lugares húmedos) para esconderme, al escuchar entre los nombres de la presidencia el de Ramón Brizuela Roque.

Una historieta curiosa fue mi poca previsión como guía turístico. En una visita a Pinar del Río de Pierre Richard, el actor francés de El rubio alto de zapato negro me tocó acompañarlo por mi responsabilidad como presidente de la UPEC en la provincia.

El hombre venía a completar su documental sobre el Che y mientras dábamos tiempo a la hora convenida, se le ocurrieron dos deseos: tomar café y afeitarse. Bueno, yo comencé a buscar los lugares apropiados para tal figura, pero parece que fui lento y él que andaba con la esposa, un camarógrafo franco español y Korda el fotógrafo, decidió por medios propios y terminó disparándose un agua de chirre en la cafetería El Parqueo –no piensen en el de hoy– remóntese más de 30 años atrás, y afeitándose en el salón Rojo París, al lado de La Marina, donde lo atendieron con total exquisitez.

Además están los malos ratos, como uno en una aldea en Uzbequistan, cuando nos invitaron a una cena especial con Plov, su plato nacional elaborado con arroz, carnero, muchos vegetales –principalmente zanahoria rallada– y muy caliente también.

Como todo se hizo según la tradición, ocupamos nuestra posición en el piso sobre almohadones, y el anfitrión, un ingeniero muy aficionado y laureado en la cinematografía, nos dijo a través del traductor que lo haríamos a la usanza tradicional. Llenó su manaza de aquello y la introdujo en la boca de su hijo sentado a la derecha, luego en la del colega de Prensa Latina, pero cuando me tocó se ensañó, si no era una libra andaba cerca... por poco se me salen los ojos.

Al regreso escribí una crónica titulada: Si lo invitan a Plov, diga que con cuchara. Aún mucho tiempo después, el compañero Jaime Crombet cada vez que me veía se burlaba... con cuchara ¿eh?

Hay mil anécdotas más, pero ustedes no tienen la culpa de que me hayan dado el premio. Solo volver a agradecer, esta vez no al jurado, sino a los lectores que nos dan ánimo para contar historias, facilitarles noticias e incluso disculparnos cuando por no faltar a la condición humana también nos equivocamos, está dentro de la lógica.

Quién no yerre, no es humano; los perfectos recuerden el epitafio escrito en un casi olvidado cementerio: "Si te crees muy importante mira en derredor, aquí está enterrada gente más importante que tú y el mundo siguió igual...".

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