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La complicidad del amor

La complicidad del amor

“Los perezosos siempre hablan de lo que piensan hacer, de lo que harán; los que de veras hacen algo no tienen tiempo de hablar ni de lo que hacen.”

                                              Goethe.

  Cuando los temblores aun latentes  del inolvidable terremoto de Haití vuelvan a reposar en las profundidades de la tierra, en el corazón de los sobrevivientes quedará para siempre los colaboradores cubanos.

Ellos ya estaban allí cuando las grandes construcciones se derrumbaron, cuando los pies se hicieron inseguros, cuando el llanto de un niño los despertó en la angustia de estar frente a lo desconocido.

 Ellos ya estaban allí cuando los mutilados gritaban de dolor, cuando desde el fondo de los escombros una voz pedía auxilio, allí estaban, asombrosamente vivos y dispuestos a convertir cada minuto del día en un milagro por la subsistencia de los que se aferraban a la vida.

Como no estar orgullosos de estos hombres y mujeres que confundieron las auroras con los ocasos, que detrás de cada cura entregan  una caricia de aliento, de los que en pocas horas hicieron sus maletas para acudir allí concientes de que esta vez el único estimulo sería la lágrima de un niño, la angustia de una madre, los labios apretados por el dolor de una amputación con limitados recursos.

Cuando muchos colaboradores retornaron a sus países la bandera cubana representada por las batas blancas de nuestros trabajadores de la salud  sigue en pié ante la puerta de un pequeño hospital de campaña improvisado, listo a curar hasta el último de los rasguños.

 Sí, ellos ya estaban allí, ellos recordarán para siempre el primer grito de auxilio y traerán en sus corazón el último beso de los que en Haití necesitan además de las curas físicas esas del alma que solo pueden sanar con la complicidad del amor. 

 

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